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martes, 8 de diciembre de 2009
Poesía y mística .Diálogo entre Hugo Mujica y Esteban Ierardo.
03-11-2009
Esteban Ierardo: Buenas tardes. Me gusta la tarde que nos hace recordar al paganismo olvidado por Occidente. Con Hugo vamos a intentar hablar sobre la poesía, sobre algún tipo de experiencia estética que tal vez no es el centro del cultura contemporánea. Como un breve comentario introductorio, me gustaría manifestar la paradoja a la cual estamos sometidos al hablar de aquello que no tenemos que hablar. Es decir: tal vez directamente la poesía es algo que se entona en sus propias palabras sin necesidad de explicaciones o comentarios anteriores o posteriores. Pero el diálogo o la “teorización” sobre el sentido de la poesía puede ser una forma de estímulo al acto poético personal y al de otros. De hecho, estamos acá con Hugo. Hugo es el que tiene el largo impulso de un camino creativo recorrido, por lo cual voy a hacer que él hable más que yo. No sé si querés Hugo hacer un primer comentario.
Hugo Mujica: No. [Risas]
Esteban Ierardo: Bueno, voy a hablar yo. La paradoja de hablar sobre aquello que no se puede hablar es algo que intentaron los temperamentos críticos de todos los tiempos y todas las culturas. Sería bueno recordar que en nuestra tradición literaria, Borges es un ejemplo de una aproximación a una experiencia de orden místico. Después podemos pensar o intercambiar ideas sobre el significado de aquello que no puede ser efectivamente convertido en palabras. Pero me gustaría de mi parte recordar, o contarles como invitación a la lectura, un momento particular de Borges, que tal vez ya lo conozcan –y si no, creo que se justifica doblemente–, que es una de esas prosas ensayísticas breves de Borges que desborda de sugerencias y de sentidos.
Esteban Ierardo: Por ahí hay dos cosas para continuar desde mi lado. Es cierto que todo esto es discutible, obviamente no hay ninguna verdad, aunque la cultura se construye sobre una voluntad…
Hugo Mujica: Lo que acabás de decir es como una verdad.
Esteban Ierardo: Bueno, pero es un juego del lenguaje. A eso me quería referir: la única manera de evitar esas falacias es suprimir el lenguaje, pero suprimir el lenguaje sería humanamente imposible por la necesidad de la comunicación social. Vos decís que no hay nada que esté fuera del lenguaje, yo opino –es una opinión– que hay un nivel en el cual es imposible una experiencia no mediada por el lenguaje porque siempre accedemos a la posibilidad de armar lenguaje ya socializados con un lenguaje, con una capacidad de decir, que nos impone una tradición, una cultura. Sin embargo, el hecho de que el hombre esté siempre mediado por el lenguaje tal vez no significa que necesariamente no siga pulsando una realidad que no pueda ser traspasada por el lenguaje. Y que esa realidad, que es una alteridad respecto al lenguaje, está ahí como algo que llama.
Cuando decís que lo originario del lenguaje no es decir algo que estaría ya enmarcado en el lenguaje sino que lo más originario es la escucha, la escucha originaria. ¿El referente de esa escucha originaria sería una realidad que también ya ha sido marcada previamente por el lenguaje? ¿O es una realidad que, aunque sea en algún perfil, conserva algo que siempre es extraño o inconmensurable respecto a cualquier palabra?
Hugo Mujica: Obviamente el lenguaje es una parcela de la realidad, pero es toda la que habitamos. Yo siempre estoy en contra de esa omnipotencia de descalificar el lenguaje porque es incapaz de abarcarlo todo. Sería como descalificarnos a nosotros porque no podemos volar. Lo que no se acepta es la finitud del lenguaje, se está siempre protestando contra eso.
Yo creo que el lenguaje tiene la ambivalencia –que es su riqueza– de permitir… Yo puedo experimentar una puesta de sol: estoy ahí viviéndola; ahora, cuando digo “qué linda” recién la tengo. Porque si no, estaba fundido: era una situación simbiótica, no era humana. Lo humano era decir “qué linda” y apropiarme de la experiencia. Pero cuando me apropio de la experiencia la pierdo porque me separé. Por eso siempre estamos hablando despidiéndonos de todo lo que decimos, pero es todo lo que tenemos. Yo creo que la celebración es desde la finitud del lenguaje y precisamente como finito es porosidad hacia todo eso otro. Pero no tenemos más que la palabra otro, porque si tenemos otra palabra es que ya nos separamos y lo trajimos al lenguaje.
Hay una pobreza del lenguaje que el escritor tiene que aceptar y amar. Si no, estamos todos en crisis de [inaudible] “dejo de escribir porque el lenguaje no abarca”. Bueno, sería como decir “dejo de respirar porque no soy inmortal”.
Esteban Ierardo: Aparte nuestra finitud [inaudible]. Yo no sé si hay certeza en lo que vos decís ni tampoco podría saber si hay una certeza –o no– en lo que yo digo. Esto parecería un juego, pero en realidad, asumir o no saber tal vez sea más que un juego porque deja abierta posibilidades. Por ejemplo: yo puedo seguir pensando en una posibilidad –una posibilidad: sin ningún tipo de comprobación última– que haya un contacto entre la sensibilidad humana y una divinidad que no ha sido absorbida aunque sea en algún matiz por el lenguaje. Concibo esa posibilidad por lo menos.
Hugo Mujica: Yo también, pero creo que para que esa posibilidad sea otra cosa que una tesis o una posibilidad la tenés que hacer lenguaje. Ahí la perdés, pero es la forma de perder: tenemos que ir perdiendo.
Esteban Ierardo: ¿Vos no pensás que hay siempre un aspecto que se desdobla? Tal vez íntimamente la sensibilidad estética –o como se lo quiera llamar– pueda tener un contacto íntimo con algo que se le ocurre inexpresable. La sensación es algún tipo de realidad en la respuesta sensible, en el encuentro sensible de la persona. Cuando inevitablemente se tiene que convertir en lenguaje, por lo tanto hay pérdida, es el momento de comunicación con el otro.
Hugo Mujica: Pero no es lo mismo.
Esteban Ierardo: Pero cuando se comunica con un monólogo interior no hay lenguaje. Tal vez existan sensaciones que si no pensamos que siempre el lenguaje tiene que ser el mediador, son sensaciones que surcan la historia sensible de un sujeto que da algo como una suerte de nube y oscuridad o de algo incomunicable, pero que son tipos de sensaciones que tal vez tengan un referente real y es una experiencia donde el lenguaje no llega y donde el lenguaje nunca puede mediatizar. Yo creo que es una posibilidad. Es una posibilidad.
Por eso, cuando vos decís que todo está mediado por el lenguaje, yo tengo un poco de rebeldía frente a esa postura. Es muy propio de nuestro tiempo suponer que nada puede escapar al lenguaje y si escapa no tiene significación o no tiene entidad. Yo creo que hay una posibilidad de algún tipo de entidad en alguna experiencia sensible sin el lenguaje.
El problema es la comunicación, precisamente. Siempre que surge la necesidad de la comunicación opino como vos. Cuando surge la necesidad de la comunicación esa experiencia que tal vez se hunda en algo fuera de lo lingüístico necesariamente tiene que ingresar en el orden de la palabra con todo lo que eso supone. Por lo tanto yo pienso que al revés: la omnipotencia [es tuya] por suponer que todo es permeado por el lenguaje. Tal vez haya una realidad que atraviesa el lenguaje humano sin ser alcanzado por él y esa realidad sea parte de lo que muchas culturas quisieron entender como en relación al misterio. Aquello que ni siquiera puede ser pensado como impensable: aquello que ni siquiera puede ser pensado como impensable.
Hugo Mujica: Puedo entender una relación sensible con la realidad. ¿Cuál sería la especificidad humana de esa experiencia que me diferenciaría del modo? Para mí la especificidad humana es la necesidad de llevar esa experiencia a la comprensión de mí mismo sobre qué me está pasando con esa experiencia. No quita la experiencia pero es lo que la humaniza, lo que la mete dentro de ese cosmos humano, de lo ya nombrado.
Esteban Ierardo: Yo lo veo de otra manera, pero creo que eso es lo rico. Porque vos en tu propio camino creativo has tratado de encontrarte con ese brillo de la necesidad humana de comunicar la experiencia sensible para que sea humana.
Hugo Mujica: Más que necesidad, la constitutividad humana.
Esteban Ierardo: Yo sigo pensando que tal vez hay una posibilidad. El desafío para la experiencia sensible es sostenerse como experiencia que no necesita de la comunicación y esa experiencia sería tal vez algo del orden de lo divino, de lo que las culturas han querido decir como lo divino, lo sagrado, que se le manifiesta al hombre y que pasa, porque siempre es una aparición fugaz.
En la historia de las religiones se ha querido sugerir como experiencia extática la irrupción fugaz de algo que, aunque después se lo quiera transformar en palabras, siempre queda como un resto incapturable por la palabra. Eso es una posibilidad de contacto de lo humano con lo no humano. En ese sentido, tal vez el animal también tenga ese tipo de experiencias y, por lo tanto, la diferencia entre lo humano y lo animal –que parecería ser que es una diferencia valorativa donde lo humano es superior a lo animal– tal vez sea algo discutible. Que no solamente el humano en cuanto a la posibilidad de experimentar una realidad fuera de la palabra sea superior a un abrirse del animal a un presente donde como no necesita palabra tal vez esté más cercano a una experiencia intensa que el hombre que necesita las palabras.
Hugo Mujica: Pero es un discurso humano sobre el animal. Digo: más arrogancia que esa… Qué sé yo que lo que le pasa en la cabeza a mi gato. Me paso inventando que me quiere, pero… [Risas] Yo no digo que el lenguaje agote la realidad, lo que estoy diciendo es que para que la realidad sea humana entra en el lenguaje. Esa es la especificidad humana, al menos como la comprendemos. Por eso todas las mitologías comienzan por la palabra, de alguna forma. El comienzo humano es el hablar.
Esteban Ierardo: Te lo iba a preguntar a nivel personal, pero podemos abrirlo al colectivo si te parece. ¿Cómo es el tipo de encuentro con la palabra de esa escucha de algo que se hace presente, cómo resuena en tu obra Lo naciente pensando en el acto creador?
Hugo Mujica: Yo fundo el acto creador en la escucha. Fundación que para mí como individuo particular. Todo el mundo sabe que viví siete años en silencio y que después de tres años de vivir en silencio empecé a escribir. Siempre me preguntan cómo era: es el paso del hablar al escuchar, el someterse al silencio. Para mí entonces aparece en ese paisaje concreto y físico. La palabra aparece en el silencio. Pero aparece como una donación. Nosotros estamos acostumbrados a pensar que pensamos en la cabeza: nosotros pensamos afuera. Yo la miro a ella [señala a una chica] y ella se me da a pensar. O miro una planta. Es el mundo que se entrega al pensamiento. Nosotros estamos pensando siempre el encuentro que tenemos con una realidad. La realidad cuando es vista por el hombre –a diferencia del animal– se vuelve decible. Las cosas nos buscan para saberse. El hombre es el que agregó en las capas de la tierra más el animal más las plantas, un lugar donde se refleja un sentido de la realidad.
El acto creador es la posibilidad de la escucha. Y la escucha de un lenguaje, porque yo la veo a ella y ya la veo mujer, vestida de negro, ya tengo un lenguaje para ella. Pero el escritor es el que se demora, el que mora el lenguaje escuchando qué tienen las palabras que todavía no dijeron de lo ya dicho. Ese es el acto creador. La escucha y ese ir por la vida sabiendo que las cosas están hablando, pero hay que demorarse. La demora en algo es la posibilidad que le das a ese algo de desplegar sentidos todavía tácitos. Eso es la creatividad.
El poeta es aquel que cuenta de alguna forma lo que le dice la vida que aprendió de ella misma viviéndolo a él. Esa es la unicidad que cada uno tenemos.
Esteban Ierardo: Pareciera que habría dos posibilidades. Una donde hay una realidad prehumana pero que necesita del hombre para decirse y para que el hombre a partir de decirle sostenga el acto creador…
Hugo Mujica: No, esperá. No hay dos realidades: todo es una misma realidad. El hombre está dentro de la única realidad que hay.
Esteban Ierardo: ¿Pero vos estás seguro que hay una sola realidad?
Hugo Mujica: Yo no estoy seguro de nada. Sí, debe haber mil. Yo estoy rompiendo la dicotomía sujeto y objeto. Yo no estoy por un lado y la realidad por otro: yo soy la realidad.
Esteban Ierardo: Está bien. Tal vez haya otras posibilidades que se nos escapen.
Hugo Mujica: Lo dudo. [Risas]
Esteban Ierardo: Yo te lo voy a recordar. Tal vez haya otras posibilidades. A veces, desde mi estupidez tal vez, se me ocurre pensar –o sospechar– que qué pasa si hay una realidad que tal vez no necesita del hombre y toda nuestra idea de que esa realidad necesita del hombre para autoconocerse y para decirse.
Esto no sólo se da en la poesía: se da en la filosofía. Hegel construyó toda una filosofía donde supuestamente la realidad, el ser, el espíritu absoluto necesita del hombre y necesitaba de Hegel para a través de la filosofía –que Hegel nunca admitiría que es la filosofía hegeliana si no la expresión óptima de la realidad– decirse. Tal vez sea así, pero tal vez haya una realidad que es totalmente otra y cuando nosotros decimos que la realidad necesita lenguaje para decirse y autoconocerse es una posibilidad que no niega la otra. Negar esa otra posibilidad es un poco cerrar. Aquello que se sustrae lo puedo saber.
Por otro lado tenés bastante interés –vos mismo fuiste quien me la recomendó– en la obra de María Zambrano. Por ejemplo, ¿cómo pensás que ella desde el orden del pensamiento trate de acceder a este encuentro poético de la palabra con la vida?
Hugo Mujica: Primero, dos cosas. Vos dijiste Hegel en esta idea de entrar todo en la idea de la comprensión del hombre, absoluto. Yo cortaría ahí: a Hegel no lo queremos acá. [Risas] Es un decreto.
Empecemos con Nietzsche para adelante. Con Nietzsche ya no es la comprensión si no la creación. Por eso decía yo soy realidad. Yo soy copartícipe de la creación, y yo creo la realidad fabulándola. Cuando decimos lenguaje –digo: todo es lenguaje– no me ciño al lenguaje de la gramática. También el color es un lenguaje, la música es un lenguaje, etc. El hombre sería la dimensión creativa, pero de esa fábula que la comprende para el hombre. No sé los mundos fuera de lo del hombre, no me imagino: y si me imagino ya es humano. Mi imaginación es humana.
Entonces, yo recuperaría la dimensión creativa que, como digo, no se ciñe al lenguaje que la comprende, si no que la crea. Cuando algo se me da a decir, se me da a seguir creándose. Porque ella es lo que es y todas las posibilidades de interpretación que yo le agrego. Eso sería lo humano: el seguir creando esta dimensión de sentido que va junto con la de comprensión. Una comprensión que no es dato objetivo si no una comprensión creativa.
Esteban Ierardo: Está bien.
Hugo Mujica: Pasemos a Zambrano. Zambrano lo que plantea es la comprensión poética, lo que ella llama la razón poética, que es la posibilidad poética de volver a esa dimensión que yo digo del hálito y ella llama del temblor. Para ella hay dos posibilidades, una es la del filósofo en el sentido oficial de la línea que ganó en Occidente como lo constitutivo que entendemos como filosofía, que es la búsqueda de lo uno. Y está el poeta.
El filósofo es el que se separa de la realidad para llevarla a la unidad y con eso se divorcia. El poeta es el que permanece en la cercanía de la realidad. Esto implica que ya no es el uno sino la pluralidad de la realidad. Esa línea fue descartada por Occidente. Occidente eligió el camino de la unidad, el camino de lo uno y del fundamento.
Eso es lo que se terminó con Nietzsche, donde ya empieza otra comprensión de la realidad, precisamente la comprensión estética y no comprensión racional. O sea: no es el verum sino el pulcrum y empieza toda esta idea de volver a lo estético, que sería la belleza. La belleza es la unidad de lo múltiple. No necesita separarse de lo múltiple porque está en la realidad, no es una abstracción de la realidad. Se va moviendo el pensamiento de la línea que venía que era de la comprensión racional –o intelectual, lo que sea– a la comprensión estética. De nuevo: como aquello que permanece en lo múltiple sin sentir que es un menoscabo de la unidad.
Esteban Ierardo: Es interesante esto que estás hablando porque por ahí sería bueno que lo pusiéramos en perspectiva con otra forma de lenguaje expresivo o estético, más allá de la poesía como tal. Como vos recién mencionaba, el color, la música, [trueno] los dioses paganos del trueno [risas].
En esta apertura a otra forma del lenguaje, me has comentando tu interés por el cine y por la música. Sería interesante recordar algunos creadores que desde la imagen intentan generar una experiencia de encuentro estético con la vida, o lo que se hace presente desde su ausencia dicho un poco más heideggerianamente. Pero desde el orden de la imagen como un camino paralelo al de la palabra poética. Tarkovsky: sería un momento apropiado para recordarlo. Hay algunas obras que son especialmente poderosas, por ejemplo el espejo “Zerkalo” donde de alguna manera la imagen se compone como una suerte de lenguaje poético gnoseológico en la cual parece que acontece algo del orden de la escucha. Cómo ves esa posibilidad de los paralelos o los puentes entre la palabra poética y su propio lenguaje expresivo y esos otros lenguajes más amplios del arte, desde la imagen, el cine, el sonido, la música, el color, la historia de las pinturas de Occidente o de Oriente.
Hugo Mujica: Hace más o menos diez días me fui a Texas, a Houston, a ver la obra de Rothko. El Four Seasons en los sesenta y pico le encarga a Rothko cuadros para adornar el restaurant. Rothko, que vivía a pan y vino, le parece extrañísimo. Le pagan unos dos millones de dólares, serían unos quince de ahora. Rothko, que los desprecia, imagínense quién come en el restaurant más caro de Nueva York, primero piensa que no, después dice que sí y pone los cuadros. Piensa que la gente que coma se va a transformar. Lo invitan a comer, ve a la gente y dice “esta gente no se va a transformar nunca” y retira el proyecto. Entonces alguien de Houston se hace cargo de que termine esos cuadros. Son 16 paneles que forman 8 cuadros. Forman una capilla sin religión ninguna, cuya sacralidad es estética y están los cuadros de Rothko.
Yo entré y lloré por 20 minutos sin parar. Sin duda fue la experiencia estética más fuerte que he tenido en mi vida, pero después me la conté. O sea: hay un momento en que el hombre regresa a casa y la casa del hombre es el lenguaje. Yo no pude quedarme llorando todavía. Hay un momento en que uno vuelve. Quizá es el momento en que uno pierde pero en esa pérdida lo tiene. Si no lo hubiese perdido no lo tenía. Eso es el acto creador, uno siente pero no sabe qué es y para saberlo lo escribe y escribiéndolo lo pierde. Pero sin esa pérdida no había nada.
Todo Occidente –y Oriente también– nace de una pérdida. La estética nace de Orfeo que pierde a Eurídice, la religión nace del Paraíso perdido, la filosofía nace como amor a la sabiduría que había perdido, el adolescente parte de la niñez de la cual ya adolece y por lo tanto adultera un personaje. Todo nace de esa pérdida: esa pérdida es la riqueza, es lo que no cierra. Es el relámpago y no el trueno.
Esteban Ierardo: Otra película de Tarkovsky, Stalker, tomando esta cuestión de la pérdida. En Stalker me gustaría pensar brevemente la pérdida que vos decís. Stalker es una obra en la cual hay un personaje misterioso que es el Stalker, una suerte de protector de una zona prohibida por el gobierno soviético donde se sugiere que hubo un posible descenso de una nave espacial. Todo eso está en el misterio, pero el hecho es que esta es una zona prohibida, y el único que sabe cómo entrar y salir de esa zona prohibida, perdida y ausente para una experiencia pública es el Stalker. Y hace entrar a la zona, a lo prohibido, a lo perdido para el conocimiento público a dos personajes que no en vano tiene nombres arquetípicos: uno se llama escritor y el otro se llama el científico. En el encuentro en ese triángulo de estos personajes se puede pensar esto de la pérdida que vos sugerís porque parecería que el escritor y el científico van a la zona a tomar consciencia de lo perdido. Pero su respuesta respecto de lo perdido parecería una suerte de queja resentida, de intuir que hay algo valioso que se ha perdido pero que se es incapaz siquiera de rozar lo perdido.
La postura del escritor: hace todo un monólogo, un lamento respecto de la inutilidad de la escritura del lenguaje. Por otro lado el científico lamenta la pérdida de la ciencia como progreso y cree que lo único que le puede caber a la humanidad es saber dónde poner un aparato nuclear. Frente a esa forma, digamos, resentidas o en fracaso, de una pérdida que se asume como una pérdida –que no deja riqueza como puede ser la creación poética–, está lo otro, que es el Stalker. El Stalker se sugiere como una persona analfabeta, iletrada. Por una serie de cuestiones que no vamos a comentar ahora, al final se sugiere que es un personaje de la cultura, una persona que lee, que se vincula con los poderes del lenguaje de una forma totalmente distinta al escritor y al científico que usan el lenguaje para la autojustificación de su nihilismo y su impotencia de responderle de forma creativa a lo perdido. Por contrapartida, el Stalker es aquel que le responde a lo perdido, no a través de la creación poética, sino a través de sostenerse en una experiencia cotidiana y sensible donde la intensidad aunque se pierda está presente en el devenir de la vida cotidiana.
Esa dimensión de la pérdida de la respuesta creativa, la respuesta que es triunfo aún como una pérdida y la otra respuesta, la respuesta que se resiente por fracasar con lo perdido: ¿vos lo ves así en esta película?
Hugo Mujica: En Stalker para mí, Tarkovsky lee La serenidad de Heidegger. Donde los tres personajes, el profesor, el escritor y el que habla se van del camino y de repente van comprendiendo. Está muy ligado a eso.
Vos decías que Stalker sabe entrar y salir. No: lo que sabe Stalker es escuchar. No te olvides que Stalker es el que tira siempre una piedra y va detrás de donde cae la piedra. Es el que obedece, el que va detrás de lo que nosotros llamaríamos azar, pero un azar que guía. No tiene en ningún momento comprensión de lo que pasa. Lo que tiene es ese saber buscar, es el que sabe buscar no el que sabe ir.
Sí, estoy de acuerdo con lo que decís, hay una pérdida. Es el nihilismo nietzscheano. Hay un nihilismo que es reactivo y que vive solamente quejándose de lo perdido y hay un nihilismo que es creativo que encuentra en el vacío un lugar desde el cual crear que sería el niño. O sea: ahí está. El camello, el peso de la tradición y la sabiduría, o el león que se rebela. Lo que plantea Stalker es el niño que juega, el que acepta el misterio –o ese vacío, esa zona–. Piensa que ahí se va a cumplir un sueño. Porque lo que contiene la zona es un lugar donde se completan los sueños. Esa es la posibilidad creativa. O quejarse que no quedó nada de una cultura o hacer de esa nada un espacio para lo próximo.
Esteban Ierardo: Es interesante lo que recordás, que creo que es válido para hacer entrar a Nietzsche. Cierta interpretación apresurada que a veces hay donde parecería que Nietzsche viene a ser la consciencia del nihilismo, pero nihilismo como lamento como pérdida y como denuncia de falsos sistemas cuando en realidad está la posibilidad, como señalaste, del nihilismo creativo.
Hugo Mujica: Sí, está el niño de Nietzsche, el que juega. O sea: el que no dice ni yo debo, ni yo quiero, sino yo soy.
Esteban Ierardo: Cuando se habla de la pérdida que, supuestamente, no podría tener una respuesta compensadora creativa muchas veces se recuerda que Nietzsche es el gran pensador del nihilismo porque Nietzsche habló de la muerte de dios. Esto es un tema discutible: tal vez la muerte de dios a la que Nietzsche alude es a cierto tipo de experiencia de la vida como problema o enigma que se le presenta al hombre, pero la muerte de dios no significa la muerte de una potencialidad creativa que el hombre muchas veces le endilga a dios como creador originario.
Cuando el hombre de alguna manera continúa el ejemplo divino, el hombre mismo puede verse como creador. En ese sentido, Nietzsche mata al dios que se cree único y definitivo, pero le devuelve al hombre la posibilidad de crear nuevos y múltiples dioses. Por lo tanto no es necesariamente la negación del modelo divino como modelo de la creatividad de una respuesta positiva.
Hugo Mujica: No, pero en realidad Nietzsche saca a dios y pone a Dioniso como fundamento creativo de la realidad.
Esteban Ierardo: ¡Claro! Lo que pasa es que vivimos en una época donde hay lecturas que son más impuestas por ciertos intereses de simplificación y hasta a veces cuestiones por qué no ideológicas. Parecería que es un Nietzsche mucho más políticamente correcto aquel que viene a decir murió dios y no hay ningún tipo de reelaboración posible de una creatividad de una médula religiosa, digamos, laica.
Es decir: cierta forma de pensar en que el acto creador tal vez sea una forma de apertura religiosa a algo que supera al hombre pero que lo incluye. En ese sentido religiosa: es decir que Nietzsche tal vez sugiere que existe la posibilidad de que el arte sea en último término, no lo que niega la religión, si no la sustitución por una religión creativa de la otra religión, del dios que muere que es el dios que viene a petrificar la vida. La vida tiene un sentido ya manifiesto, no hay misterio, no hay necesidad de cambio…
Hugo Mujica: Nietzsche no sugiere: lo dice. Nietzsche dice definitivamente muerto dios ahora el mundo es infinito porque ya no hay una sola verdad y por lo tanto el mundo se multiplica infinitamente en interpretaciones. O sea: el hombre pasa a ser el creador de la realidad. Y sacado el que tenía la verdad única, con Nietzsche termina el parámetro de lo uno. Se acaba un dios, se acaba una historia, se acaba una verdad. Aparece la multiplicidad como juego creativo de la existencia.
Esteban Ierardo: En tu lectura poética de Trakl [Mujica es autor de La pasión de Georg Trakl. Poesía y expiación], ¿cuál fue la historia y el encuentro de la escucha, a través de la escucha que tuvo Trakl?
Hugo Mujica: Paradójicamente para mí lo más cercano es lo que no sé. Yo podría decir que hace muchos años convivo con la poesía de Trakl, pero aquellas cosas que más me interesan son la que menos le pongo la cabeza. Por eso en el prólogo del libro de Trakl digo que no voy a hablar de Trakl sino qué me pasa a mí conviviendo con Trakl.
Para mí Trakl es sobre todo un tono. Lo que me interesa de Trakl es que en su carnadura el vive el fin de occidente. Me interesa mucho ese momento en donde se acaba la metáfora Occidente con ese Imperio Austrohúngaro del 1900, la ruptura del idilio con el lenguaje –que lenguaje y cosa era lo mismo–. O sea: cuando se empieza a disolver Occidente y él lo disuelve en su propio cuerpo hasta terminar matándose. A mí me interesa esa carnadura de su poesía, cómo él estaba captando en su poesía un mundo que terminaba y que él cifra en esa idea de que el alma ya no encuentra un mundo en la que encarnarse y sentirse como lo plantea Heidegger el separado. Me interesa eso y lo que dice su poesía, pero no tanto lo que dice como contenido sino como lo que hace acontecer.
Me interesa el lenguaje como acontecimiento más que como significado. Por eso es uno de los problemas que tiene hablar de literatura. Si hablamos de pintura: tomemos a Rothko. Rothko dice que una pintura, una obra, no es una idea: es un acontecimiento. La poesía también es un acontecimiento. Pero como la poesía tiene significado además de generar sentido siempre estamos discutiendo el significado. El lenguaje distrae mucho cuando hay que teorizar –por así decirlo– sobre la poesía. Siempre pensamos que la poesía está diciendo algo y está haciendo que pase algo, no diciéndolo.
Via:eternacadencia
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